lunes, 8 de junio de 2009

Llegada y Bienvenida.

No haber montado avión nunca y subirse en dos en menos de doce horas es algo para no olvidar jamás aunque no vuelvas a subirte en otro. Con el miedo a las alturas que he tenido toda mi vida, solo escapar de Cuba y mis problemas allí, hacen que uno cometa una locura como esta. Para colmo mi esposa e hija allí presentes, hacen que tus miedos sean por dentro y solo enseñes tu rostro pálido, una tos sin enfermedad, y los dedos engarrotados de agarrarte fuerte a los brazos del asiento. Todo tiene explicacion. “Estoy tan cansado que creo que voy a desfallecer, me siento los dedos engarrotados y el aire acondicionado del avión me ha acentado bastante mal, llego con gripe a los Estados Unidos”. La risa nerviosa, mi esposa la conoce, de esa no comento. Ella me pasa la mano por los hombros y me dice “no hay problemas, todo eso se resuelve”.

Es cierto que dejo un montón de problemas, relaciones fortuitas que son realmente de telenovelas, espero que los Estados Unidos me depare cosas diferentes, aunque hace dos días nos enteramos que mi cuñado se divorcia luego de quince años de casado. Nadie sabe el por qué. Ahora no sabemos adonde vamos a parar, con quién nos toca, y como está el ambiente.

“Yo lo veo a él tan contento, que no se qué pensar. Como estará mi hermano, mi cuñada, el niño. ¿Qué habrá pasado? Luego de tantos años. Pero bueno, hay que llegar para saber”.

El trámite de inmigración es fastidioso. Al fin salimos. La familia, los amigos, la gente grita, nos abraza, nos besa, dos cámaras tomando videos. La emoción es tal que uno no logra disfrutar ese momento. NO puedo fijar la vista a nada. Estamos realmente exhaustos. Cinco minutos y ya comienzas a reaccionar. Ahora si vas a saludar. “¡Eh! ¿Y esta locura? ¿Dónde tú estabas cuando te saludamos?” “En el sueño de creer que ya llegué”. Las risas iniciales hacen que uno recorra todos los rostros. Mi esposa llorando abrazada del hermano, la niña con un globo de bienvenida cargada por una prima que acaba de conocer, y yo con dos maletas, una con cartas de amigos y fotos de los recuerdos, buenos y malos de Cuba y la otra de documentación, que no se te puede perder, ni extraviar ni ensuciar.

Y que nadie se da cuenta de que te molestan las dichosas maletas. Todos a tu alrededor te preguntan a la vez “ ¿y como dejastes a tú papá? ¿Y mi gente escribieron? ¿Pudistes pasar las medicinas de Luis?”. Tratas de ser paciente, dices que si a todo, hasta que alguien dice las frase célebre, “¿Bueno qué?, ¿nos vamos?”.

¡Bendito! ¡Al fin! El síndrome de guía lo tienen todos, y uno lo agradece. ¡Mira! Es la frase de todos. Tengo que ser sincero, todo te llama la atención, las luces, los carteles, y cuando llegas al parqueo…¡Dios Mio!, los carros son de verdad, los que solo veíamos en películas, existen.

A la sálida uno quiere mirarlo todo. Las calles de Miami son un hormiguero. Entonces piensas en los que no fueron a verte al aeropuerto. Empiezas a hacer conjeturas de las historias que has oído y de aquello que con la glorias se olvidan las memorias, porque en definitiva en los Estados Unidos no hay problemas. ¿O acaso los hay?

Cuando llegas a la casa, otro aluvión de abrazos, besos, y los amigos que te faltaban y algunos que ni contabas con que fueran, estan allí. Todos estan para darte la sorpresa. Momentos inolvidables que pasaran a la historia individual.

Cuando un cubano recibe a otro cubano proveniente de Cuba, luego de los abrazos viene comida y bebida, y todo tiene que ser en exceso. Carnes de varios tipos, y diferentes formas de prepararse, congris no puede faltar y unas yucas con mojo, que modestia y aparte son únicas. La cerveza no falta, el anfitrión o alguien designado por él con la cámara apuntándote para inmortalizar cada movimiento tuyo, una música que nadie oye, y todos hablan a la vez.

Es increíble. Mi esposa habla como con cuatro, yo hablo como con cinco, y otros quince hablan entre ellos. La niña alteradísima juega con otros tres. No se pregunte que es aquello, yo le digo, un recibimiento cubano.

Cuando se agotan las listas de preguntas de ellos, yo cometo la mayor de las imprudencias, hice una pregunta sencilla que para mí me abriría las puertas del conocimiento sobre los Estados Unidos: “¿Y como está la cosa por acá?”

Hasta me apagaron la música. El anfitrión, el esposo de la prima de mi suegra hace una señal de pagar la videocámara. Lo que me van a decir no es grabable. Todos se reúnen alrededor de nosotros. Un bebé lloró y el padre de la criatura le dijo a su esposa “dale algo a ese niño para que se caye” y acto seguido la prima de mi suegra, tan elocuente como siempre comenzó la conferencia diciendo: “Te diré que llegaron en el peor momento, acá la cosa esta en llamas y lo que le espera a ustedes esta mas candente que el comercial de las novelas de Univisión ”. De ahí no hubo quien la callara, si hubiera tenido un poco mas de confianza citaba del Rey de España, “…podria callarse…”. Pero escuché pacientemente.

Luego llegó la hora de la despedida, muchos trabajaban al otro día y nosotros seguíamos viaje a Sarasota, a unas 200 millas de Hialeah. Varios amigos me dijeron, “quédate, aquí esta el cubaneo, además por lo que oí en tu espera, la historia de Sarasota esta candente de verdad, el divorcio esta encendido, fíjate que mandó al niño pero ella no vino”.

Pero que hacer. Todo estaba planificado. En la despedida otra prima de mi suegra, a la que tildan de loca me abraza y me dice al oído; “no le cojas miedo a este país, yo tengo 55, jamás habia manejado, manejo, visto, como y mantengo a mi hija y a mi madre en Cuba, que mas puedo pedir ”.

Al fin unas palabras de aliento.Todo va salir bien. Pero, ¿qué me espera en Sarasota? ¿Será tan novelezco como me dicen? Más de lo que yo creía. Luego les cuento más.