Cuando llegamos a este país maravilloso, jamás pensamos en cambiar nuestras costumbres. De hecho no las hemos cambiado. Seguimos comiendo arroz, frijoles, carne puerco, tostones, yuca con mojo, hablando alto, jugando dominó, en fin que no hemos cambiado del todo. Porque indiscutiblemente si hemos cambiado. En Cuba, usted llegaba a una casa, y estaban cocinando. ¡Oh, qué olor! Acá no. Cuando llegué, yo veía a mi cuñado con velas en la casa, un extractor en la cocina. Terminaba de cocinar, regando spray en toda la casa, y yo decía: ¿Y esa ridiculez? ¿Cuándo se ha visto en Cuba tanto lío por sentir olor a comida?
Pasaron seis meses y soy yo él que enciendo las velas, ayudo a mi esposa con el spray, abro las puertas…no resistimos el aire acondicionado y el olor a comida. Asimismo pasó con el agua embotellada. Cuando en Cuba, tomábamos agua que no fuera la de la pila. Sabe a lo mismo. Tiene el mismo sabor. Dos meses después, mentiras no saben igual. Jamás sabe igual. La diferencia es abismal.
En definitiva que no hemos cambiado mucho solo que ahora, casi no podemos caminar, no podemos vivir sin aire acondicionado, tomamos agua embotellada, no soportamos el olor a comida, usamos servilletas, tissue, alcohol con olor para las manos…y el periódico solo sirve para leer, entre otras cosas. ¿Hemos cambiado? Bueno un poquito, pero casi ni se nota.